Una forma silenciosa de violencia sexual que sigue creciendo y enfrentando obstáculos en su denuncia e investigación

Las recientes denuncias de las modelos y actrices Paloma Lago y Eugenia Santana han vuelto a poner en titulares un tipo de delito sexual, ya que, como todos los delitos sexuales, genera controversia y referencia a mitos y estereotipos en todo tipo de foros.
Vaya por delante mi apoyo a la Sra. Lago y a todas las mujeres que se encuentren en una tesitura similar, sin que eso se interprete como un desprecio a la presunción de inocencia del acusado, ya que, desgraciadamente, a día de hoy, interponer una denuncia por un delito contra la libertad sexual sigue siendo estigmatizante y lleva añadido el cuestionamiento de la víctima y de su motivación para denunciar.
La sumisión química no es algo nuevo.
Ya en los años 90, las madres, fundamentalmente, nos alertaban de que tuviéramos cuidado con que no nos echaran nada en la bebida. Lo que entonces nos parecía una leyenda urbana, en las últimas décadas se ha convertido en un delito en aumento del que desconocemos su prevalencia real.
Pero el incremento es tal que ya en el año 2010 la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas solicitó la colaboración de la industria farmacéutica para introducir elementos de seguridad en los fármacos más utilizados habitualmente en estos delitos (Resolución 52/8, 2010). A resultas de esta petición, el laboratorio Roche cambió la composición del Rohypnol, añadiendo un colorante azul y la aparición de burbujas al contacto con líquidos. Pero existen muchas más sustancias, además del Rohypnol, utilizadas en la sumisión química, siendo la más frecuente de ellas el alcohol.
Entre los pocos datos disponibles sobre la prevalencia en España está el incremento en las denuncias, que pasaron de 950 casos en 2021 a 2.699 casos en 2022, no pudiéndose encontrar cifras de ningún otro año en la página del Ministerio de Justicia.
Las modelos y actrices Eugenia Santana y Paloma Lago han denunciado públicamente esos casos (Programa De Viernes Telecinco)
¿Por qué ha crecido tanto?
A la hora de explicar la causa de este incremento se plantean hipótesis entre las que se encuentra el acceso precoz y masivo a la pornografía, la normalización de prácticas sexuales grupales o en las que se presupone ausencia de consentimiento en la mujer, y el modelado y alteraciones en la imago sexual que este consumo de pornografía genera.
La sumisión química también tiene cierto grado de temporalidad y localización geográfica, siendo las grupales más frecuentes en primavera y verano, relacionadas con el calendario de fiestas patronales, y las agresiones individuales en otoño e invierno, incluyendo aquí las Navidades, con sus cenas de empresa y celebraciones. Respecto a la localización geográfica, parecen darse más, o denunciarse más, en zonas de veraneo o grandes ciudades, siendo la Costa del Sol, Baleares, Madrid, Sevilla o Bilbao puntos negros en este tipo de delitos.
Las pocas investigaciones disponibles en nuestro país, entre las que destacan las realizadas por la Guardia Civil, indican que la incidencia de los delitos sexuales facilitados por sustancias psicoactivas está minimizada, desconociéndose la prevalencia real, dado que hay factores que dificultan, cuando no impiden directamente, la denuncia. La ambivalencia afectiva por el vínculo con el presunto agresor, la vergüenza o directamente las consecuencias de la intoxicación, malestar y confusión, junto a la incapacidad para recordar los hechos, hacen que, en muchas ocasiones, la víctima sea incapaz de verbalizar lo que cree que le ha ocurrido y pedir ayuda.
A pesar de que se estima que existe una elevada cifra negra de casos no denunciados, en el año 2021 se solicitó al Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses el análisis toxicológico de 994 casos de agresiones sexuales, dando positivo a alguna sustancia (alcohol, drogas de abuso y/o psicofármacos), aislada o combinadas entre ellas, en el 72,1 % de los mismos.
Es importante explicar que el hecho de que las pruebas toxicológicas den negativo no significa que el hecho no se haya producido, dado que depende de la sustancia o fármaco utilizado y el tiempo transcurrido entre la intoxicación y la toma de las muestras, ya que son metabolizados con mucha rapidez en orina (hasta cinco días) y sangre (48 horas), siendo la muestra que más tiempo mantiene el rastro de muchas de ellas el cabello, que debe ser cortado unas 4-6 semanas después de los hechos, evitando tintes o tratamientos que puedan dañarlo.
Adicionalmente, el cabello permite determinar si hay una administración crónica, como en el caso Pelicot, o se trata de algo puntual.
Lamentablemente, el hecho de que muchas de las sustancias administradas sean psicofármacos de consumo habitual también provoca que, a veces, la intoxicación quede enmascarada si la persona tiene prescritos estos mismos medicamentos.
Si bien en los últimos tiempos se ha dado mucha repercusión a las agresiones a varones mediante chemsex, en los casos de sumisión química analizados por INTCF en el año 2021, en el 92,4 % de ellos la víctima era mujer.

Desde hace años, Justicia distribuye kits en los Institutos de Medicina Legal y Ciencias Forenses (IMLCF) de toda España, en la investigación de agresiones sexuales bajo sospecha de sumisión química. (Imagen: Ministerio de Justicia)
Modus operandi del agresor
Respecto al modus operandi, si bien la sociedad tiene el estereotipo de “agresor desconocido que echa algo en la bebida de la víctima”, no siempre es así, existiendo tres tipos de situaciones distintas. Este primero sería la sumisión premeditada o proactiva, en la que la víctima desconoce que está siendo intoxicada, pero es más habitual la sumisión oportunista, en la que el agresor aprovecha la situación de vulnerabilidad en la que ya se encuentra la persona al haber consumido alcohol, drogas, fármacos o una combinación de ambas para cometer la agresión.
Por último, estaría la sumisión mixta, en la que, por un lado, la persona puede haber tomado voluntariamente drogas o alcohol (o estar bajo la prescripción de fármacos psicoactivos) y que, además, se produzca una administración encubierta de sustancias.
En los dos últimos casos, el miedo a la crítica o al cuestionamiento y los sentimientos de culpabilidad van a ser los frenos principales para que la víctima interponga la denuncia. Los lugares en los que suele suceder son, además de discotecas o eventos festivos, la vía pública o el propio domicilio de la víctima. En algunos casos, también se ha utilizado la sumisión oportunista en centros sanitarios sobre pacientes o internos, aprovechando circunstancias de sedación o anestesia
Generalmente, la víctima se despierta, en su domicilio o en un lugar desconocido, sin recordar qué ha ocurrido, pero con la sensación o con muestras evidentes de que ha mantenido relaciones sexuales. En su mente, la última escena recordada suele ser que se encontraba en un entorno de ocio, con amigos, compañeros de trabajo, conocidos, citas, etc. No recuerda en qué momento perdió la consciencia y, en ocasiones, cuando se trata de sumisión mixta, puede atribuir el blackout al consumo voluntario, desconociendo que ha sido intoxicada.
En una intervención de la policía nacional de mayo del 2024 se detuvo a una banda que extorsionaba a terceros con el uso de esos medicamentos (Imagen: Ministerio del Interior)
Un perfil definido de agresor
Los pocos estudios disponibles sobre esta tipología delictiva coinciden en el perfil del agresor sexual: varón, conocido de la víctima, amigo, vecino, compañero de trabajo, expareja o cita. En estos casos, la edad promedio (34 años) es mayor que en las agresiones grupales (24 años).
En algunas ocasiones, se puede tratar de un completo desconocido, siendo este último caso más habitual en la sumisión oportunista. Sobre la motivación subyacente, generalmente no se trata solamente de sexo; los estudios hablan de poder, control, sadismo u otras motivaciones patológicas. Recordemos otra vez el caso Pelicot o el exhibicionismo competitivo entre machos del caso de La Manada.
Especialmente graves son aquellos casos de agresión en grupo que, según un estudio realizado en España, se producen fundamentalmente en primavera y verano, generalmente en festivos o vísperas de estos, y en los que, mayoritariamente, los agresores también habían consumido sustancias o alcohol. Estas últimas suceden más habitualmente en espacios públicos o ante testigos y aparecen con más frecuencia componentes de humillación y de acoso sobre la víctima.
Hay diferencia entre aprovechar la situación de vulnerabilidad y provocar esa vulnerabilidad mediante la intoxicación; en el segundo caso se busca anular la capacidad de la víctima para defenderse y provocar su amnesia sobre los hechos.
En ambos casos, la situación de incapacidad de consentir mantener relaciones sexuales es la misma y, sin embargo, la sumisión química oportunista, propositiva o mixta no se considera un agravante en el delito de abuso sexual, recogiéndose todos de igual manera en el artículo 181 del Código Penal:
“El que, sin violencia o intimidación y sin que medie consentimiento, realizare actos que atenten contra la libertad o indemnidad sexual de otra persona, será castigado, como responsable de abuso sexual, con la pena de prisión de uno a tres años o multa de dieciocho a veinticuatro meses. A los efectos del apartado anterior, se consideran abusos sexuales no consentidos los que se ejecuten sobre menores de trece años, sobre personas que se hallen privadas de sentido o de cuyo trastorno mental se abusare”.
Someter a la mujer sin fuerza
Por otro lado, la ausencia de capacidad de reacción o defensa de la víctima, unido muchas veces a la laxitud o hipotonía corporal, va a provocar que no sea necesaria ningún tipo de fuerza para someter a la mujer a cualquier práctica sexual, por lo que, en la mayoría de los casos, el examen forense no encontrará lesiones, siendo esto frecuentemente aprovechado para generar dudas sobre el consentimiento.
En otras ocasiones, la víctima puede estar consciente, pero el efecto de las sustancias genera una desinhibición y una incapacidad de oponerse a situaciones que, en otras circunstancias, consideraría intolerables, y por último, también puede darse el fenómeno de inmovilidad tónica, total o parcial, descrito por el Instituto Karolinska —entidad que otorga los premios Nobel de Medicina— por la cual la víctima queda paralizada, sin capacidad cognitiva para reaccionar, con parálisis corporal e incapacidad de articular palabras.
Es evidente la dificultad probatoria que supone la investigación de un delito que la persona denunciante no recuerda, a veces en su totalidad —amnesia completa o “en bloque”— y otras parcialmente —amnesia parcial o “fragmentaria”—, por ello es fundamental la formación de las personas que recojan la primera información en cuestiones básicas.
La primera, el extremo cuidado al formular preguntas para que la víctima no rellene las lagunas de memoria con recuerdos inducidos (falsas memorias); la no culpabilización de la víctima, aunque haya consumido voluntariamente las sustancias; la celeridad en derivarla al centro hospitalario más cercano con el fin de obtener muestras biológicas que ayuden a probar los hechos; y, por último, no descartar que los hechos hayan ocurrido aunque aparezcan datos inverosímiles, dado que pueden mezclarse en el recuerdo experiencias alucinatorias con los hechos sucedidos. La celeridad en denunciar también puede facilitar la obtención de contenido de cámaras que ayuden a determinar qué pudo suceder.
Si hay tardanza en denunciar o no se pueden conseguir muestras de pelo porque en el ínterin de esas 4-6 semanas este ha sido decolorado o teñido, serán los síntomas que presente la víctima tanto en el momento de despertar como los que recuerde del momento anterior a perder la memoria los que ayuden a formular hipótesis sobre qué tipo de sustancias han podido utilizarse.
También las informaciones de los testigos pueden describir las conductas o síntomas que presentaba la víctima. Perder la memoria no es sinónimo de inconsciencia; la persona puede seguir bailando, hablando, pero sus recuerdos no se van a codificar por la acción del alcohol, las benzodiacepinas u otras sustancias (escopolamina, ketamina, etc.) que pueden provocar también sedación, desinhibición o experiencias alucinatorias.

Las drogas de la sumisión química no son tan sencillas de detectar (Imagen: Ministerio del Interior)
Síntomas preocupantes de su ingesta
Entre los síntomas asociados a una experiencia de intoxicación o sumisión química que pueden ser observados por terceras personas estaría la parálisis sin pérdida de conocimiento, la pérdida de conocimiento o «desmayos», habla pastosa con dificultad de pronunciación, somnolencia, confusión, agitación o alucinaciones (delirium) con desorientación temporal y respecto al lugar en el que se encuentra, alteraciones visuales (visión doble o borrosa), desinhibición, alteraciones del equilibrio o de la motricidad, mareos, vértigos, alteraciones del juicio, náuseas o vómitos. En los casos de sumisión química se produce el fenómeno de amnesia-automatismo, apareciendo confusión y problemas de comportamiento. En ocasiones, los testigos solo refieren este último punto, verbalizando que la persona “se comportaba de manera inhabitual”.
Tras el despertar, la persona suele describir, además de la incapacidad para recordar los hechos, resacas desproporcionadas con todo tipo de sintomatología física y la sensación o recuerdos fragmentados de haber mantenido relaciones sexuales. En ocasiones se encuentran fluidos biológicos, hematomas o equimosis cuyo origen no puede explicarse. También es frecuente despertarse desnuda, con la ropa mal colocada o en un lugar al que no recuerda cómo ha llegado.
Las consecuencias a medio y largo plazo sobre las víctimas no suelen ser físicas, a excepción de la posibilidad de transmisión de una ETS; son fundamentalmente psicológicas y muy graves, siendo frecuente que veamos en consulta clínica cuadros de Trastornos Adaptativos o Estrés Postraumático en personas que no han denunciado y que no comprenden por qué están así si “no recuerdan qué ocurrió”, aunque en el fondo “lo saben”.
Es innegable que, para abordar un delito tan complejo, es necesario impulsar iniciativas de información y prevención dirigidas fundamentalmente a jóvenes y mujeres, entre las que se encuentren programas de educación sexual y emocional que trabajen la importancia del respeto y el consentimiento sexual. También es fundamental la formación a profesionales clave en el abordaje del delito, la investigación del mismo y el tratamiento de las víctimas, como son las fuerzas de seguridad, personal sanitario, jurídico y docente.
La denuncia de Paloma Lago nos debe hacer reflexionar sobre los estereotipos sociales que tenemos en torno a algunos delitos, ya que estos contribuyen a la revictimización de quienes denuncian haber sufrido una agresión sexual. Nadie se pregunta si será cierta o no una denuncia sobre un siniestro o un robo, y eso a pesar de que los estudios demuestran elevadas tasas de fraude en este tipo de hechos. Tampoco la conducta pública de una persona es garante de que no pueda ser un agresor sexual; no olvidemos a esos vecinos “que siempre saludaban”. Dejemos a los investigadores hacer su labor y a la Justicia pronunciarse sobre los hechos.
Una forma silenciosa de violencia sexual que sigue creciendo y enfrentando obstáculos en su denuncia e investigación

Las recientes denuncias de las modelos y actrices Paloma Lago y Eugenia Santana han vuelto a poner en titulares un tipo de delito sexual, ya que, como todos los delitos sexuales, genera controversia y referencia a mitos y estereotipos en todo tipo de foros.
Vaya por delante mi apoyo a la Sra. Lago y a todas las mujeres que se encuentren en una tesitura similar, sin que eso se interprete como un desprecio a la presunción de inocencia del acusado, ya que, desgraciadamente, a día de hoy, interponer una denuncia por un delito contra la libertad sexual sigue siendo estigmatizante y lleva añadido el cuestionamiento de la víctima y de su motivación para denunciar.
La sumisión química no es algo nuevo.
Ya en los años 90, las madres, fundamentalmente, nos alertaban de que tuviéramos cuidado con que no nos echaran nada en la bebida. Lo que entonces nos parecía una leyenda urbana, en las últimas décadas se ha convertido en un delito en aumento del que desconocemos su prevalencia real.
Pero el incremento es tal que ya en el año 2010 la Comisión de Estupefacientes de Naciones Unidas solicitó la colaboración de la industria farmacéutica para introducir elementos de seguridad en los fármacos más utilizados habitualmente en estos delitos (Resolución 52/8, 2010). A resultas de esta petición, el laboratorio Roche cambió la composición del Rohypnol, añadiendo un colorante azul y la aparición de burbujas al contacto con líquidos. Pero existen muchas más sustancias, además del Rohypnol, utilizadas en la sumisión química, siendo la más frecuente de ellas el alcohol.
Entre los pocos datos disponibles sobre la prevalencia en España está el incremento en las denuncias, que pasaron de 950 casos en 2021 a 2.699 casos en 2022, no pudiéndose encontrar cifras de ningún otro año en la página del Ministerio de Justicia.
Las modelos y actrices Eugenia Santana y Paloma Lago han denunciado públicamente esos casos (Programa De Viernes Telecinco)
¿Por qué ha crecido tanto?
A la hora de explicar la causa de este incremento se plantean hipótesis entre las que se encuentra el acceso precoz y masivo a la pornografía, la normalización de prácticas sexuales grupales o en las que se presupone ausencia de consentimiento en la mujer, y el modelado y alteraciones en la imago sexual que este consumo de pornografía genera.
La sumisión química también tiene cierto grado de temporalidad y localización geográfica, siendo las grupales más frecuentes en primavera y verano, relacionadas con el calendario de fiestas patronales, y las agresiones individuales en otoño e invierno, incluyendo aquí las Navidades, con sus cenas de empresa y celebraciones. Respecto a la localización geográfica, parecen darse más, o denunciarse más, en zonas de veraneo o grandes ciudades, siendo la Costa del Sol, Baleares, Madrid, Sevilla o Bilbao puntos negros en este tipo de delitos.
Las pocas investigaciones disponibles en nuestro país, entre las que destacan las realizadas por la Guardia Civil, indican que la incidencia de los delitos sexuales facilitados por sustancias psicoactivas está minimizada, desconociéndose la prevalencia real, dado que hay factores que dificultan, cuando no impiden directamente, la denuncia. La ambivalencia afectiva por el vínculo con el presunto agresor, la vergüenza o directamente las consecuencias de la intoxicación, malestar y confusión, junto a la incapacidad para recordar los hechos, hacen que, en muchas ocasiones, la víctima sea incapaz de verbalizar lo que cree que le ha ocurrido y pedir ayuda.
A pesar de que se estima que existe una elevada cifra negra de casos no denunciados, en el año 2021 se solicitó al Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses el análisis toxicológico de 994 casos de agresiones sexuales, dando positivo a alguna sustancia (alcohol, drogas de abuso y/o psicofármacos), aislada o combinadas entre ellas, en el 72,1 % de los mismos.
Es importante explicar que el hecho de que las pruebas toxicológicas den negativo no significa que el hecho no se haya producido, dado que depende de la sustancia o fármaco utilizado y el tiempo transcurrido entre la intoxicación y la toma de las muestras, ya que son metabolizados con mucha rapidez en orina (hasta cinco días) y sangre (48 horas), siendo la muestra que más tiempo mantiene el rastro de muchas de ellas el cabello, que debe ser cortado unas 4-6 semanas después de los hechos, evitando tintes o tratamientos que puedan dañarlo.
Adicionalmente, el cabello permite determinar si hay una administración crónica, como en el caso Pelicot, o se trata de algo puntual.
Lamentablemente, el hecho de que muchas de las sustancias administradas sean psicofármacos de consumo habitual también provoca que, a veces, la intoxicación quede enmascarada si la persona tiene prescritos estos mismos medicamentos.
Si bien en los últimos tiempos se ha dado mucha repercusión a las agresiones a varones mediante chemsex, en los casos de sumisión química analizados por INTCF en el año 2021, en el 92,4 % de ellos la víctima era mujer.

Desde hace años, Justicia distribuye kits en los Institutos de Medicina Legal y Ciencias Forenses (IMLCF) de toda España, en la investigación de agresiones sexuales bajo sospecha de sumisión química. (Imagen: Ministerio de Justicia)
Modus operandi del agresor
Respecto al modus operandi, si bien la sociedad tiene el estereotipo de “agresor desconocido que echa algo en la bebida de la víctima”, no siempre es así, existiendo tres tipos de situaciones distintas. Este primero sería la sumisión premeditada o proactiva, en la que la víctima desconoce que está siendo intoxicada, pero es más habitual la sumisión oportunista, en la que el agresor aprovecha la situación de vulnerabilidad en la que ya se encuentra la persona al haber consumido alcohol, drogas, fármacos o una combinación de ambas para cometer la agresión.
Por último, estaría la sumisión mixta, en la que, por un lado, la persona puede haber tomado voluntariamente drogas o alcohol (o estar bajo la prescripción de fármacos psicoactivos) y que, además, se produzca una administración encubierta de sustancias.
En los dos últimos casos, el miedo a la crítica o al cuestionamiento y los sentimientos de culpabilidad van a ser los frenos principales para que la víctima interponga la denuncia. Los lugares en los que suele suceder son, además de discotecas o eventos festivos, la vía pública o el propio domicilio de la víctima. En algunos casos, también se ha utilizado la sumisión oportunista en centros sanitarios sobre pacientes o internos, aprovechando circunstancias de sedación o anestesia
Generalmente, la víctima se despierta, en su domicilio o en un lugar desconocido, sin recordar qué ha ocurrido, pero con la sensación o con muestras evidentes de que ha mantenido relaciones sexuales. En su mente, la última escena recordada suele ser que se encontraba en un entorno de ocio, con amigos, compañeros de trabajo, conocidos, citas, etc. No recuerda en qué momento perdió la consciencia y, en ocasiones, cuando se trata de sumisión mixta, puede atribuir el blackout al consumo voluntario, desconociendo que ha sido intoxicada.
En una intervención de la policía nacional de mayo del 2024 se detuvo a una banda que extorsionaba a terceros con el uso de esos medicamentos (Imagen: Ministerio del Interior)
Un perfil definido de agresor
Los pocos estudios disponibles sobre esta tipología delictiva coinciden en el perfil del agresor sexual: varón, conocido de la víctima, amigo, vecino, compañero de trabajo, expareja o cita. En estos casos, la edad promedio (34 años) es mayor que en las agresiones grupales (24 años).
En algunas ocasiones, se puede tratar de un completo desconocido, siendo este último caso más habitual en la sumisión oportunista. Sobre la motivación subyacente, generalmente no se trata solamente de sexo; los estudios hablan de poder, control, sadismo u otras motivaciones patológicas. Recordemos otra vez el caso Pelicot o el exhibicionismo competitivo entre machos del caso de La Manada.
Especialmente graves son aquellos casos de agresión en grupo que, según un estudio realizado en España, se producen fundamentalmente en primavera y verano, generalmente en festivos o vísperas de estos, y en los que, mayoritariamente, los agresores también habían consumido sustancias o alcohol. Estas últimas suceden más habitualmente en espacios públicos o ante testigos y aparecen con más frecuencia componentes de humillación y de acoso sobre la víctima.
Hay diferencia entre aprovechar la situación de vulnerabilidad y provocar esa vulnerabilidad mediante la intoxicación; en el segundo caso se busca anular la capacidad de la víctima para defenderse y provocar su amnesia sobre los hechos.
En ambos casos, la situación de incapacidad de consentir mantener relaciones sexuales es la misma y, sin embargo, la sumisión química oportunista, propositiva o mixta no se considera un agravante en el delito de abuso sexual, recogiéndose todos de igual manera en el artículo 181 del Código Penal:
“El que, sin violencia o intimidación y sin que medie consentimiento, realizare actos que atenten contra la libertad o indemnidad sexual de otra persona, será castigado, como responsable de abuso sexual, con la pena de prisión de uno a tres años o multa de dieciocho a veinticuatro meses. A los efectos del apartado anterior, se consideran abusos sexuales no consentidos los que se ejecuten sobre menores de trece años, sobre personas que se hallen privadas de sentido o de cuyo trastorno mental se abusare”.
Someter a la mujer sin fuerza
Por otro lado, la ausencia de capacidad de reacción o defensa de la víctima, unido muchas veces a la laxitud o hipotonía corporal, va a provocar que no sea necesaria ningún tipo de fuerza para someter a la mujer a cualquier práctica sexual, por lo que, en la mayoría de los casos, el examen forense no encontrará lesiones, siendo esto frecuentemente aprovechado para generar dudas sobre el consentimiento.
En otras ocasiones, la víctima puede estar consciente, pero el efecto de las sustancias genera una desinhibición y una incapacidad de oponerse a situaciones que, en otras circunstancias, consideraría intolerables, y por último, también puede darse el fenómeno de inmovilidad tónica, total o parcial, descrito por el Instituto Karolinska —entidad que otorga los premios Nobel de Medicina— por la cual la víctima queda paralizada, sin capacidad cognitiva para reaccionar, con parálisis corporal e incapacidad de articular palabras.
Es evidente la dificultad probatoria que supone la investigación de un delito que la persona denunciante no recuerda, a veces en su totalidad —amnesia completa o “en bloque”— y otras parcialmente —amnesia parcial o “fragmentaria”—, por ello es fundamental la formación de las personas que recojan la primera información en cuestiones básicas.
La primera, el extremo cuidado al formular preguntas para que la víctima no rellene las lagunas de memoria con recuerdos inducidos (falsas memorias); la no culpabilización de la víctima, aunque haya consumido voluntariamente las sustancias; la celeridad en derivarla al centro hospitalario más cercano con el fin de obtener muestras biológicas que ayuden a probar los hechos; y, por último, no descartar que los hechos hayan ocurrido aunque aparezcan datos inverosímiles, dado que pueden mezclarse en el recuerdo experiencias alucinatorias con los hechos sucedidos. La celeridad en denunciar también puede facilitar la obtención de contenido de cámaras que ayuden a determinar qué pudo suceder.
Si hay tardanza en denunciar o no se pueden conseguir muestras de pelo porque en el ínterin de esas 4-6 semanas este ha sido decolorado o teñido, serán los síntomas que presente la víctima tanto en el momento de despertar como los que recuerde del momento anterior a perder la memoria los que ayuden a formular hipótesis sobre qué tipo de sustancias han podido utilizarse.
También las informaciones de los testigos pueden describir las conductas o síntomas que presentaba la víctima. Perder la memoria no es sinónimo de inconsciencia; la persona puede seguir bailando, hablando, pero sus recuerdos no se van a codificar por la acción del alcohol, las benzodiacepinas u otras sustancias (escopolamina, ketamina, etc.) que pueden provocar también sedación, desinhibición o experiencias alucinatorias.

Las drogas de la sumisión química no son tan sencillas de detectar (Imagen: Ministerio del Interior)
Síntomas preocupantes de su ingesta
Entre los síntomas asociados a una experiencia de intoxicación o sumisión química que pueden ser observados por terceras personas estaría la parálisis sin pérdida de conocimiento, la pérdida de conocimiento o «desmayos», habla pastosa con dificultad de pronunciación, somnolencia, confusión, agitación o alucinaciones (delirium) con desorientación temporal y respecto al lugar en el que se encuentra, alteraciones visuales (visión doble o borrosa), desinhibición, alteraciones del equilibrio o de la motricidad, mareos, vértigos, alteraciones del juicio, náuseas o vómitos. En los casos de sumisión química se produce el fenómeno de amnesia-automatismo, apareciendo confusión y problemas de comportamiento. En ocasiones, los testigos solo refieren este último punto, verbalizando que la persona “se comportaba de manera inhabitual”.
Tras el despertar, la persona suele describir, además de la incapacidad para recordar los hechos, resacas desproporcionadas con todo tipo de sintomatología física y la sensación o recuerdos fragmentados de haber mantenido relaciones sexuales. En ocasiones se encuentran fluidos biológicos, hematomas o equimosis cuyo origen no puede explicarse. También es frecuente despertarse desnuda, con la ropa mal colocada o en un lugar al que no recuerda cómo ha llegado.
Las consecuencias a medio y largo plazo sobre las víctimas no suelen ser físicas, a excepción de la posibilidad de transmisión de una ETS; son fundamentalmente psicológicas y muy graves, siendo frecuente que veamos en consulta clínica cuadros de Trastornos Adaptativos o Estrés Postraumático en personas que no han denunciado y que no comprenden por qué están así si “no recuerdan qué ocurrió”, aunque en el fondo “lo saben”.
Es innegable que, para abordar un delito tan complejo, es necesario impulsar iniciativas de información y prevención dirigidas fundamentalmente a jóvenes y mujeres, entre las que se encuentren programas de educación sexual y emocional que trabajen la importancia del respeto y el consentimiento sexual. También es fundamental la formación a profesionales clave en el abordaje del delito, la investigación del mismo y el tratamiento de las víctimas, como son las fuerzas de seguridad, personal sanitario, jurídico y docente.
La denuncia de Paloma Lago nos debe hacer reflexionar sobre los estereotipos sociales que tenemos en torno a algunos delitos, ya que estos contribuyen a la revictimización de quienes denuncian haber sufrido una agresión sexual. Nadie se pregunta si será cierta o no una denuncia sobre un siniestro o un robo, y eso a pesar de que los estudios demuestran elevadas tasas de fraude en este tipo de hechos. Tampoco la conducta pública de una persona es garante de que no pueda ser un agresor sexual; no olvidemos a esos vecinos “que siempre saludaban”. Dejemos a los investigadores hacer su labor y a la Justicia pronunciarse sobre los hechos.